Hay pocas veces cómo está, en las que de verdad, uno no quisiera tener que escribir, que no existiera una necesidad de reparación y autocrítica, que uno no tuviera ganas de apagar el teclado y lanzar la pluma lejos; no tener que darse cuenta que estamos muy lejos de lo que creíamos ser y caer en cuenta que el más elemental de los procesos sociales, el de la civilización, no ha sido terminado.
Desde luego que me horrorizan las imágenes y la descripción de las horas del calvario de estos dos hombres; pero me resulta aún peor que igual que en las versiones arcaicas de las tragedias, no son solo las víctimas y los ejecutores quienes hacen la escena, sino también una autoridad ausente, aterrajada y superada por las circunstancias y una turba que se gloria de su poder, que encuentra solaz en la muerte de dos hombres y que la presencia como un espectáculo sin que pareciera afectarles; se hacen videos, toman fotos y no parecen caer en la consciencia de la gravedad de lo que está sucediendo. Me horroriza saber que no se trata de un caso aislado, ni siquiera de algo raro, sino que en lo que va del año ya se han registrado al menos sesenta casos de linchamientos como este que llegó a tan desgraciados términos. A eso me refiero, a que se trata de una práctica que va más allá del hartazgo por la impunidad, de una práctica que nos corroe el alma porque en quinientos años no hemos logrado que todos los mexicanos comprendamos el valor de la vida humana, de la ley y de la paz como elementos de civilización.
César Benedicto Callejas
Escritor. Investigador SNI
@cesarbc70